Hoy voy a dedicar este post a la gente que me está ayudando y soportando durante este duro proceso de recuperación. Quiero darles las GRACIAS POR ESTAR AHÍ así, con mayúsculas, porque están siendo mi bastón y se lo merecen.
Ya sabéis que una de las primeras cosas que hacen los maltratadores es aislarnos de nuestro entorno. Y no lo hacen de una forma directa, qué va. Lo hacen de una forma tan sutil que te vas alejando tú, de forma inconsciente, bajo la influencia del maltratador, para evitar problemas.
El jamás me dijo de forma directa «no quedes con tus amigas», pero con otras frases me hacía entender (y al principio, así lo viví), que si quedaba con ellas luego habría lío. Porque ya sabéis, nuestras amigas son malas, nos comen la cabeza, no son buena compañía para nosotras, nos tienen envidia… bla bla bla.
Al principio aún quedé alguna vez con ellas, nada, un par de veces, y tenía que mentir diciendo que iba a ver a mis padres… Pues según él, era que me estaba viendo con otro… Madre mía es que era paranoico a más no poder… Y celoso… Madre mía. Se le comían los celos, ¡y no tenía ningún motivo!
Ellas me proponían quedar, y yo no hacía nada más que darles largas y ponerles excusas (no podía contarles la verdad, yo casi ni era consciente). Como es normal, al final apenas hablábamos. Encima como mis redes sociales estaban «fiscalizadas», no podía ser libre ni por ahí.
Ya antes de casarme, quise presentarle a mi mejor amigo (ya os he contado que es la persona a la que más ha odiado desde el minuto cero, sin ni siquiera conocerlo). Lo elegí como testigo de boda porque para mí es como mi hermano, y hemos compartido miles de momentos y este no podía ser una excepción.
Ese día que habíamos quedado con él, resulta que se puso malo, se encontraba fatal… y yo fui sola a ver a mi mejor amigo. Pues resulta que el señor no estaba malo, que se hizo el enfermo para que me quedara en casa con él y no fuera a verle. De todo esto fui consciente mucho tiempo después. Yo fui en mi libertad, tú te encuentras mal, pues ya voy yo, luego vuelvo… Pfffffff. Y ese gesto me lo estuvo restregando por la cara cada dos por tres. Que mi obligación era quedarme con él cuidándolo, y no ir con mi amigo. Según él, me había faltado el tiempo para ir a verle. Y aquí el don señor, dedujo que era porque estaba enamorada de él (mi amigo).
Lo que os digo, se montaba unas películas… Yo al principio le rebatía todos y cada uno de sus delirios. Pero el desgaste de hablar contra una pared era tal, que me alejé de todo el mundo. Y todo para evitar problemas mayores.
Con mi mejor amigo establecimos una especie de código de forma inconsciente para saber que estábamos bien, y alguna vez a escondidas nos podíamos preguntar qué tal estábamos y poco más. El para evitarme problemas no me escribía ni me llamaba ni nada. Y yo, que como os digo tenía mis redes sociales fiscalizadas, tampoco me ponía en contacto con él de forma directa.
Cuando a los dos años de matrimonio ya empecé a darme cuenta de lo que estaba pasando, aprovechando que mi ex estaba trabajando, hablé con él. Os juro que estaba convencida de que me había vuelto loca y que yo era la paranoica y la maltratadora… Pero descubrí que todo lo que él me había estado negando era verdad. Tenía antecedentes, y no con una, si no con creo que hasta tres.
Mi mejor amigo flipaba en colores y me dijo… sal de ahí. Pero tonta de mi, y en mi dependencia y en mi lobotomización, no era capaz. De hecho, él lloraba, me pedía perdón, que iba a cambiar, que tenía miedo de perderme… Y luego ya venían los ataques de que todo era por mi culpa. El machaque no tenía fin. Y los motivos eran tantos y tan diversos que yo era un ente sin capacidad ya ni de reacción ni de razonamiento.
Pero bueno, que me enrollo. Llegó el día en el que por fin me fui de casa, y me fui de verdad. Al primero que se lo dije (después de a mis padres, evidentemente, ya que volví a casa) fue a mi mejor amigo. Y ahí estaba el primero para apoyarme y ponerme su hombro como siempre ha estado haciendo.
A mis amigas me costó más, pero porque me sentía muy mal. En sí era yo la que las había apartado de mi vida. Y si no estaban ahí, que habría sido muy entendible, era por mi culpa. Lo primero que les dije fue que me había vuelto a la capi a estudiar, que a ver qué día quedábamos. A los dos meses o así, cuando ya había empezado toda la vorágine del 016, del acoso/vejaciones/coacciones de mi ex… y yo ya había empezado a abrir los ojos del todo, me armé de valor y les mandé un whatsapp gigante (siempre hemos mantenido nuestro grupo de whastapp).
Ahí les explicaba todo. Pobrecitas mías. Ellas me hicieron ver que aunque me hubieran dicho cualquier cosa yo no razonaba, no veía nada que no fuera el «mundo ideal» que él había construido a mi alrededor. Pero que ahí estaban. Y pudimos hablar, les pude explicar, y me demostraron que ellas estaban ahí siempre.
Luego llegó la pandemia y no pudimos quedar hasta muchos meses después, pero la comunicación vía teléfono regresó, con nuestras tonterías, nuestras risas, nuestros seguimientos de la situación de todo (somos corresponsales del tiempo, de las rebajas, de sanidad… jajajaja).
Y llegó el día en el que POR FIN pudimos quedar en persona. La alegría que sentí ese día no os la podéis ni imaginar. Y lo bueno fue que, como ya sabían todo, y ya había pasado tiempo, tampoco quise taladrarles mucho, y pasamos una tarde super buena.
Con mi mejor amigo también tardé en quedar en persona, por circunstancias de trabajo y pandemia. Pero lo mismo. Pudimos darnos ese abrazo que tanta falta nos hacía. Y saber que todo estaba bien.
Durante mi matrimonio me he perdido mil cosas maravillosas que han ocurrido en la vida de mis amigos. Pero la amistad verdadera es esa que, aunque hayan pasado mil cosas y mil años, te ves y parece que las hayas visto el día anterior. (Hablo en femenino porque son mayoría jejeje)
Y con mis primas de aquí lo mismo. De hecho fueron las primeras en saber la realidad (al vivir en un sitio pequeño, tampoco me apetece que la gente empiece a hablar) y con ellas podía hablar en total confianza. Y ahí han estado igualmente dándome apoyo, cariño, comprensión…
Y por ello me considero una persona afortunada. Tengo pocos amigos, pero los que tengo, son DE VERDAD. Y eso es lo único que me importa.
Les debo la vida prácticamente. Lo que han aguantado mientras yo estaba «ausente» y lo que me soportan aún a día de hoy… ¡Es que no me las merezco!
El mensaje que quiero lanzar desde aquí es que, si tenéis una amiga, familiar que veis que está viviendo una relación tóxica, que tengáis en cuenta que no se va a dejar ayudar. Este ejemplo creo que ya lo he puesto, pero es como querer ayudar a un drogadicto que no ve que tiene un problema. Pero que lo más importante es estar ahí. Darles su tiempo, su espacio, que sean ellas las que os cuenten, os digan, os pidan… Y cuando os busquen, que encuentren ese hombro. Que sepan que NO ESTÁN SOLAS y que, para lo bueno y para lo malo, estáis ahí.
Es muy muy duro. Soy la primera que aún me pregunto cómo tengo las amigas que tengo que, a pesar de todo, aquí siguen a mi lado. Pero es que eso es la amistad. Y las quiero infinito. Y les dedico este post porque se merecen todo y más.
GRACIAS por estar ahí.
Parece una frase simple, pero lo que esconde esa frase es una gratitud inmensa. ¡Os adoro!
(No os nombro pero ya sabéis quienes sois).
Martina.