Os conté el otro día, que el día que dije Basta. no fue el peor, que lo peor vino después. Y fue su explosión de furia. Cuando su verdadera esencia salió con toda su rabia.
Los primeros días fueron extraños. Yo no paraba de llorar, quizá era consciente por fin de la realidad. El estuvo «tranquilo». En el fondo pensaba que era otra pataleta, que volvería enseguida a su lado.
Cuando iban pasando los días, vio que yo ya empezaba a estudiar aquí, y que no tenía ninguna intención de volver, entonces aparecía su peor cara. Durante un mes y medio intenté manejarlo sola. Pensaba que podía gestionarlo yo, al igual que había estado los años anteriores. Eso aún me generaba más ansiedad, más estrés… Yo estaba a punto de reventar.
Eran horas y horas de whatsapp, docenas de llamadas… Si por casualidad le cogía el teléfono era terrible. Tan pronto lloraba y me pedía perdón arrepentido (ya no le creía, aunque es verdad que mi corazón se rompía, aún le «quería») como empezaban los insultos, las amenazas, las coacciones, los chantajes… Y así horas y horas, días y días.
Yo estaba encerrada en mi cuarto intentando que mis padres no notaran nada. Pero era imposible. Los ojos los tenía hinchadísimos, no paraba de vomitar de los nervios, no comía, me estaba consumiendo. Y a la vez intentando gestionar esa locura. Me había ido para ser feliz, pero acababa de empezar la peor pesadilla, porque ahora ya no se controlaba nada.
Cuando veía que yo no le respondía, llamaba a familiares o hacía que familia suya llamara a la mía. Le cogí pánico al teléfono, lo oía sonar y me daban ataques de pánico. Si lo ponía en silencio y no le contestaba cuando él quería, aún era peor. No podía apagar el teléfono porque las dos primeras semanas estaban mis padres fuera, y estaba yo sola en casa. Pero no os podéis ni imaginar lo que fue…
Así estuve durante, como os digo, un mes y medio. El día 25 de noviembre, día contra la violencia de género, llegué a desayunar y una mujer estaba relatando su experiencia… Era tan parecida a la mía que dije, basta ya.
Aún esperé unos días. Seguía sin decir nada. Pero unos días después, mi nivel de ansiedad era tal que exploté.
Llevaba como unas cuatro o cinco horas de acoso tanto con llamadas como con whatsapps. Ya no sabía cómo gestionar todo eso y no lo pensé. Cogí las llaves del coche y me fui con intención de estamparme para terminar con esa pesadilla.
Mientras iba conduciendo no dejaba de oír el puñetero teléfono, con sus llamadas y sus whatsapp. Y yo gritaba sola en el coche que me dejara en paz, que ya valía… No sé de dónde me salió el sentido común, pero paré el coche y llamé al 016. No podía más. Quería morirme. Quería que eso terminara.
Eran ya las nueve y pico de la noche y solo puedo decir GRACIAS GRACIAS Y MILLONES DE GRACIAS a los ángeles que me atendieron. Que me ayudaron a abrir los ojos. Me calmaron. Se aseguraron de que estuviera a salvo y bien. Me recomendaron ir a urgencias por el estado en el que estaba, pero me negué porque seguía sin querer «levantar la liebre». Me pasaron con una psicóloga de guardia, Silvia se llamaba. Es lo único que recuerdo. Pero de verdad, no os podéis ni imaginar lo que me ayudaron en esa llamada.
Después de que consiguieron calmarme un poco (mientras, yo seguía escuchando el sonido del whatsapp de fondo) y viendo que no se lo había contado aún a nadie de mi alrededor. Me aconsejaron muy sabiamente que lo contara. Que se lo dijera a mis padres. Y así lo hice.
Llegué a casa, estaban todos preocupados porque me habían visto salir corriendo y coger el coche y no tenían ni idea de lo que pasaba.
Yo estaba en un estado lamentable y ya me abrí en canal. Me encerré en el salón con mis padres y les empecé a contar de forma atropellada lo que había estado viviendo esos años atrás y esos últimos días.
Tanto para mí como para mis padres fue una liberación. Para mí el soltarlo y saber que contaba con el apoyo de mi familia (que no lo dudaba en absoluto gracias a Dios). Y para ellos saber por fin lo que me pasaba.
Pero ojo, que al contarles como pude cosas, mis padres me empezaron a contar otras de las que yo no tenía ni idea. Y yo no paraba de sorprenderme. ¿Quién era esa persona con la que me había casado? ¿Me había dicho alguna verdad en su vida? Madre mía…
El acoso siguió, pero mis padres ya sabían lo que pasaba y ya pudieron actuar de la mejor forma. Yo acudí a mi cita con la Trabajadora Social (me citaron desde el 016). Y también hablé con la abogada.
Me aconsejaron denunciar visto mi estado, lo que había pasado, varias capturas de móvil, pruebas… Pero yo no quería, no podía, no estaba preparada. Sólo quería que me dejara en paz. Divorciarme y poder poner punto y final a esa pesadilla.
Ahí ya comencé la terapia con la psicóloga. ¡La tercera mejor cosa que me había pasado! (La primera fue irme de casa, la segunda fue llamar al 016)
El acoso siguió, pero cuando le dije que había estado hablando con una abogada para informarme de los trámites de divorció, él, que no es tonto y ya había pasado por eso, rebajó bastante el nivel de las amenazas, aunque siguió el acoso. De hecho, hasta hace dos meses ha seguido intentando ponerse en contacto conmigo.
Tardé más de un año en aplicar El contacto cero. Ojalá lo hubiera hecho muchísimo antes, ¡me habría ahorrado muchísimo sufrimiento!
Como veis, el maltrato no es un día me pega, o un día me grita, o un día me hace tal cosa… para nada. El maltrato empieza desde su forma de conquistarte y enamorarte hasta que él no decide que vale. Al menos es lo que me ha pasado a mi. Hasta que él no sé si es que se ha cansado o ha encontrado otra pareja, no me ha dejado en paz. Ojalá esa paz dure ya para siempre.
Si queréis compartir conmigo cualquier cosa, os recuerdo que podéis mandarme un correo a Contacto o por mi cuenta de twitter https://twitter.com/amor_sano_
De verdad que no sabéis lo liberador que es hablarlo.
Un abrazo grande guerreras. Y mil gracias por leerme.
Martina.