Es la pregunta que me he hecho a mi misma al salir de la relación de maltrato, y que me he llegado a hacer de mi ex… ¿quién eres? Ni yo me reconocía ni a él tampoco.
Ya sabéis que estos seres se presentan con su cara más amable, con un despliegue de medios de conquista espectaculares, con una meticulosidad y un arte tal, que pasa totalmente inadvertida su estrategia.
Conforme pasaba el tiempo me iba dando cuenta de que la persona de la que yo me había enamorado perdidamente estaba cambiando. Ya no era tan detallista, ni tan cariñoso. Me negaba haber dicho cosas que sí que me había dicho. Ya no le gustaba lo que cuando nos conocimos sí. Ya no cocinaba… (según él porque yo no le dejaba). Ahora solo había control, celos, mentiras, manipulaciones, gritos, desplantes…
Y lo peor llegó cuando descubrí que lo que el me había jurado y perjurado que era mentira, era verdad. Y fue cuando ya empecé a decir… tienes que salir de aquí. Pero claro, ¿dónde iba? Y, qué narices, que yo estaba lobotomizada, le «quería» y le perdonaba todo lo que hiciera falta.
Aunque en ese momento en el que empecé a descubrir cosas de su pasado que él me había negado y ocultado, ahí algo hizo clic en mi interior. Porque fuera verdad o mentira, él sí podía tener pasado, y me lo contaba a su manera y según le convenía siempre que podía, pero yo no. Lo mío había que borrarlo. No debía tener vida antes de conocerlo a él, y si, inocentemente, contaba alguna anécdota, ya estaba liada.
Porque sus reproches y ataques no eran inmediatos, qué va. Se callaba, hacía como que no pasaba nada, y al tiempo (nunca era un tiempo estándar, él calculaba cuando sacarlo) sacaba el tema y empezaba la guerra. Una guerra que al principio yo aún peleaba, pero cuando vi que era peor… lo único que me salía era pedir perdón, porque yo era super mala persona, llorar, suplicar… y arrastrarme.
En serio que ahora contándolo siento vergüenza, al igual de otras mil situaciones y comportamientos «míos». Qué pena en lo que me convertí… O mejor dicho, en lo que me dejé convertir.
Por eso yo también me hice esa pregunta a mi misma… ¿quién eres? Ni me reconocía en el espejo, ni en fotos (dejé de hacerme/salir en fotos porque me daba entre asco y pena verme a mi misma), ni en cómo era. El yo de ese momento no era ni una sombra de lo que era antes de conocerle.
Y él… madre mía, cuántas veces me he preguntado con quién me había casado, quién era ese ser tan dañino. Cómo podía decir que estaba enamorado de mi mientras me hacía tantísimo daño. Ese que, tras tres días desaparecido venía llorando con una rosa dando alguna explicación que a mi me daba igual lo que dijera, porque yo estaba feliz de tenerlo en casa y solo lloraba y le pedía perdón yo. Manda narices.
Porque ya sabéis, toda su maldad es por nuestra culpa. Somos las causantes de su agresividad, su pasividad, sus salidas de fiesta, sus adicciones…
Pues no mis guerreras NO SOMOS CULPABLES DE NADA. Somos víctimas de su violencia. Odio la palabra víctima, pero a veces hay que recordarla para ser conscientes de eso, de que nosotras no tenemos la culpa de sus golpes, de sus amenazas, de sus agresiones… NO.
Y si habéis llegado al punto de haceros esa pregunta, sobre vosotras y sobre vuestro maltratador… Enhorabuena, es un gran paso para ver que algo no funciona. Es duro, pero es así.
Cuando llega el momento en el que te planteas ¿quién eres? ¿en qué me he convertido? ¿quién es este hombre y dónde está del que yo me enamoré? Ahí es donde empezamos a abrir los ojos.
Aprovechad estas dudas para buscar información como hice yo para ir dándome cuenta de que su conducta no era normal, y que no tenía que aguantar eso. Pedid ayuda. Contadlo. Recordad que ni estamos locas ni, mucho menos, estamos solas ante esto.
¡Fuerza mis guerreras! La respuesta a esa pregunta será muy pronto «soy una mujer fuerte, valiente, luchadora y con mucha luz».
Martina.